04 abril 2006

Postal nº 1

Los hombres juegan a las cartas o atienden sus cañas.
Matando la tarde en los muelles.
Los hombres ríen y muestran sus pechos de camisa abierta.
Enseñan sus dientes gastados y protegen sus rostros envejecidos.
Gorras de todos los colores.
En medio de esta luz, buscan la sombra.
Y se apoyan en los muros de piedra y restos de mar, viendo pasar a las mujeres.
Hombres de mirada cansada, y hastío, y brillos en los ojos.
Hay mesas y sillas plegables y piedras para contar y cajas con anzuelos de muchos tamaños y cuerdas y bolsas de plástico con cajitas de cartón con tierra y gusanos que se mueven muy despacio.
Las mujeres buscan los reflejos del sol.
Los hombres sienten sobre sus hombros la caída de la tarde y, a veces, no sienten nada.
Sólo la tarde cayendo y las mujeres que pasan.
Una mujer camina con un niño de la mano y cierra los ojos para sentir mejor el roce del viento.
El niño corre sin camiseta hacia el final del muelle y se queda allí parado, tiritando.
La mujer, quieta y con sus brazos agarrando su chaqueta de lana negra, se abandona.
Un abrazo solitario de ojos cerrados y viento.
El niño también cruza sus brazos sin parar de temblar, y antes de saltar de nuevo gira la cabeza y agita la mano en el aire.
Los hombres miran y no dicen nada.
A veces un pez pica y la emoción de la tarde se concentra en un bicho que salta en la superficie del agua, y un hombre que sonríe.
Un grupo de niños pasa corriendo y sus gritos se los traga el viento.
Sin atisbo de violencia. Con sorda alegría.
Todo queda sepultado por esta brisa calmada que estremece las orejas.
Las mujeres pasan, los hombres se van, y no queda nada.

Emilio Tomé

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