04 abril 2006

El rincón del abuelo

Cuando nos despedimos del abuelo, dejándolo en su rincón favorito, sentado en la mecedora, sabíamos que los nuevos inquilinos lo encontrarían allí mismo, y que nuestros problemas de intendencia se reducirían de forma notable. Nunca habíamos pensado en aquella posibilidad, pero muchas otras familias hacían lo propio. La vecina del antiguo piso, la señora García, nos había contado cómo en su mudanza colocaron al abuelo tan ricamente en su rinconcito, recibiendo meses más tarde una carta de los nuevos dueños del inmueble, hablando de las virtudes del abuelo y lo bien que les venía para cuidar a las niñas cuando se marchaban al trabajo; aunque bien es cierto, también en la misiva les informaba de que, en caso de mudarse, lo dejarían en el mismo rincón por si a los siguientes inquilinos les servía de algo. Lo cierto es que el ejemplo de nuestra vecina y los metros cuadrados de menos que tenía nuestra nueva casa, nos decidieron a dejar al abuelo en su rincón del antiguo piso, con las cortinas descorridas, al solecito, acompañando con su frágil delgadez el vaivén de la mecedora. Ya nos encontrábamos felices, abriendo la puerta del hogar recién adquirido, cuando en el rincón de la ventana, sentado en un sillón de orejas, vimos a un viejo que giraba la cabeza y alzando la mano nos sonreía. Todos miramos a mamá, que era la que había visto la casa. « ¡Cuando la compré no estaba ahí!, ¡os lo juro!, han tenido que colocarlo en el último momento». Lo cierto es que ahora estamos más faltos de espacio que antes, encima con un abuelo que no es nuestro, y mamá empieza a pensar en que nos mudemos de nuevo. La verdad, visto lo visto, no sé si eso va a solucionar nada, pero mientras, intentaremos darle alguna que otra utilidad.
Javier Herbosa

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