24 abril 2006

¿Dónde está la belleza?

No lo sé. Quizás esté en un escrito que la sugiera sin pasar por ella. Puede que esté en un amanecer, en un jardín, en una cena con aquél a quien amas o en un museo. ¿Qué sé yo? La he estado buscando todos estos días y no la he encontrado. Fui a la oficina de objetos perdidos, y me dijeron que no, que nadie había encontrado la belleza. Tenían un sombrero, un móvil, una gabardina, un bastón, un reloj y lo que parecía un detective privado, pero que bien podía ser un ejecutivo, o ambas cosas a la vez, pero que de la belleza no había ni rastro, así que... Se me pasó por la cabeza que si le preguntaban a aquel hombre quizás me podría ayudar, pero recordé "Misterioso asesinato en Maniatan" y me dije que quién mejor que yo para revelar el misterio.
Volví a casa bajo la lluvia. La señorita de la oficina de objetos perdidos me dejó la gabardina y el sombrero, bajo la promesa de que volvería para contarle si había encontrado la belleza. El detective ni se inmutó y siguió como si nada, colgado del perchero. La lluvia, que traía como siempre, a la melancolía de la mano, me hizo pensar que quizás en las alcantarillas, adonde van todos los recuerdos que la lluvia arrastra, podría encontrar la belleza. Me abotoné bien la gabardina, me calé el sombrero y después de ponerme los calcetines por encima del pantalón, bajé al río subterráneo. Hacía frío. Las ratas nadaban de una orilla a otra, lo hacían a crol, a braza, espalda y mariposa. Quizás en ellas estaba la belleza y se la hubieran comido, como lo hacen con cualquier cosa. Si era así, preferiría no descubrirlo. Hay veces en la vida de un hombre en que es mejor no saber. Seguí caminando, río abajo, animado por la luz que venía del fondo. El frío me entraba en los huesos, había perdido el sombrero, tirado al agua por una tubería descolgada, y cada gota que me caía en la cabeza en la cabeza era una llamada a volver a la superficie. Empezaba a preferir no saber dónde estaba la belleza y, estar si fuera posible, un poco más seco.
Ya en casa, alfombré el baño con ropa y me puse el albornoz. En el salón, puesta la televisión al simple chasquido de mis dedos, aparecieron dos mujeres desnudas, realizándose tocamientos y repartiéndose lametones. Más de uno hubiera seguido aquella pista, creyendo que ellas sabrían algo sobre el paradero de la belleza. Yo chasqueé mis dedos y me tumbé. Entonces apareció una vieja amiga a la que hacía muchos años que no veía. Estábamos de nuevo en la universidad, tomando café y pasábamos después junto a las aulas, camino de la parada del autobús. Enmarcada en el cristal, una estudiante, aparecía en su pupitre tomando apuntes. La había visto ya antes y paré. "Voy luego, he recordado unas cosas que tenía que hacer", le dije a mi amiga. Ésta se fue, un poco enfadada, mientras yo, sin desclavar los pies del suelo, seguí mirando a aquella chica, el pelo rizado, la paz en su gesto, el perfil en su rostro. Pasaron los días y las noches. Allí seguimos los dos, mientras todo alrededor se volvía cada vez más invisible. No recuerdo cuántos días después desperté. Hubiera preferido seguir en el portal o en la universidad o donde quiera que hubiera estado, pero llamaron a la puerta con insistencia.
"Ya voy, ya voy".
"Somos del Círculo de lectores y querríamos hablarle de nuestra promoción..."
Por supuesto que me excusé y volví al sofá con la intención de seguir viendo a aquella chica. No hubo manera. Recogí la gabardina y elegí el sombrero más parecido al que se había llevado el agua, me vestí y fui a la oficina de objetos perdidos. Me atendió la misma desgarbada y flaca mujer de la otra vez. Sonrió al verme y señaló con el dedo el televisor. Allí estaba un hombre sentado en su sillón, hablando: "La belleza viste falda corta, lleva medias de rejilla, su escote enseña más de lo que oculta y va siempre con zapatos de tacón. La belleza es un puta".
Miré a la señora y la estreché la mano. "Gracias". "No hay de qué". Marché de nuevo a casa, seguro de que aún no sabía dónde estaba la belleza, y de que afortunadamente nunca lo sabré.
Pedro García Mochales

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