13 marzo 2006

Carnaval

De camino nos encontramos con tres chicas altas y cogidas del brazo, vestidas de reverendas. Tres hermosas moscas negras que nos dieron la idea. De qué podemos disfrazarnos, te pregunté. Yo ya voy disfrazado, contestaste, de qué, te repliqué. Pues de viandante, de persona, de adulto... Yo pensé en mi vestimenta de dedo acusador, de punto suspensivo, de eterna corredora de maratones solitarios. Aún así, nos disfrazamos para hacerlo, como en el poema de Gil de Biedma. En tu casa abandonada hacía frío y no habíamos bebido lo suficiente, por eso rebuscaste en los armarios y volviste con el vestido de novia de tu madre. Dejé el velo colgado de la lámpara y te esperé. Un señor con chaqué gigante entró en la habitación, tenía tu sonrisa y un pantalón mil rayas que se sujetaba con las manos. Iba tocado con una chapela, pero se la quitó para besarme. Nos dejamos caer en el agujero del tiempo perdido, allá, en algún punto de la espiral, murió ahogada nuestra historia, y los dos lo sabíamos. No deberíamos haber dejado pasar tanto tiempo desde que te agachaste junto a mí para buscar el pendiente perdido de mi amiga. Demasiados desayunos en el bar que había enfrente del Mercado Central. Demasiadas citas a las que no me atreví a a acudir. Pareja desaparecida la noche del sábado, dirá mañana una escueta nota de prensa, la última vez que se les vio con vida naufragaban en cama de matrimonio, ridículamente vestidos. Nunca más sabrán de nosotros, pensaré a la vuelta, con el paso tambaleante de quien está muy cansado o muy borracho, y unas ganas locas de meterme en la cama.

Patricia de Zaragoza

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito regalo romántico, que como dicen Les Luthiers, a la segunda no lo entendí.